ANÍBAL NAZOA
En los últimos diez años no ha cesado de progresar en el afecto y en la admiración de los venezolanos, el nombre de Aníbal Nazoa. Autor humorístico, ironista risueño de la minucia cotidiana, sus crónicas semanales para "Elite" y "El Nacional" ocupan hace tiempo en el orden de nuestras lecturas una categoría semejante a la de esas golosinas -o a la del medio para comprarlas- que el niño recibe tras un desganado almuerzo como premio por haberse tomado la sopa.
La voracidad impaciente de los lectores las
aguarda cada semana como a postres de excepción en el monótono banquete del
sensacionalismo y prosa desabrida que es nuestra prensa de hoy. En esa
condición de proveedor de amenidad -y también por sus preferencias criollistas-
aparece Aníbal como continuador de la deliciosa familia de costumbristas a la
manera de "Jabino" y de Pako Betancourt, que le imprimieron un acento
urbano a la literatura humorística del país, e hicieron de la crónica elegante
y simpática uno de los hábitos más amables y concurridos de nuestra cultura
periodística.
Mas en un punto no reconoce antecesores el costumbrismo de Aníbal Nazoa: ha sido él el único entre los cultivadores venezolanos del género, que no lo ha adoptado como una expresión menor del oficio literario, a la manera, por ejemplo, como lo usó Rafael Michelena Fortoul, que practicaba en sus crónicas de "Fantoches" un arte deliberadamente subalterno, sin profundidad y a menudo cándido, reservándose sus vigorosos recursos de cultura y de oficio para una obras "más seria y trascendental" que, por lo demás, nunca llegó a dar. Con una visión más optimista del costumbrismo como género de gran porvenir para cuando reasuman su papel creador los valores nacionales hoy en transitoria crisis. Aníbal Nazoa se ha jugado a la salvación del género criollo todo el caudal de su cultura extraordinaria y sus mejores cualidades de prosista.
El resultado ha sido un modo novedoso, brillante y revolucionario de hacer costumbrismo, muchos de cuyos productos, por su amplitud y profundidad, desbordan el significado tradicional de esa definición para asumir categoría de verdaderos ensayos. Las disponibilidades de su humorismo son multivalentes: desde los pastiches sobre el estilo de grandes escritores y el humor noir, hasta la creación de falsos idiomas y la invención de máquinas y aparatos fantásticos, casi no hay una forma de la creación festiva que la imaginación de Aníbal Nazoa no haya tentado con éxito, dejando a paso por ellas copiosa cauda de imitadores. Más para los efectos de una evaluación literaria de su personalidad. Su aportación más significativa a la cultura nacional es la que representan sus crónicas. Leerlas es un ejercicio particularmente dilecto de los caraqueños porque su estilo coloquial, en su abundante hiperbólica, en sus agudos juegos de ideas reconoce Caracas la sabrosa lengua en que le hablaron los forjadores más encantadores de su tradición y de su espíritu.
Como buen caraqueño por cuya vena literaria
corre la sangre espiritual de los Simón Rodríguez, de los Núñez de Cáceres, de
los Leoncio Martínez, conoce Aníbal el arte de decir sonriendo las cosas más
extraordinarias, de mostrar su erudición sin parecer un nuevo rico de la
cultura y de hacer del ejercicio de la inteligencia un agradable juego entre él
y sus interlocutores. Así ha reunido para las letras venezolanas de este tiempo
dos valores que en nuestro medio parecían irreconciliables. Con una obra que
siendo humorística está admirablemente escrita y se apoya constantemente en
ideas de un orden superior, ha desmentido al fin cierta antigua falacia -muy
generalizada en los tiempos de don Jesús Semprún-, según la cual en Venezuela
para llegar un escritor a ser popular como humorista, tenía que comenzar por
dejar de ser escritor.
Aníbal Nazoa nació en 1929.
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