Epa, hermanos y hermanas, siéntense porque vamos a meterle el diente a un tema que está en el corazón de nuestra Caracas, de esos barrios donde la vida se vive con el acelerador al fondo y el freno suelto. "El cuerpo malandro", el libro de Pablo Caraballo, es como un espejo que nos muestra lo que muchos prefieren no ver: cómo la violencia y la identidad masculina se trenzan en una danza que no siempre tiene la música que quisiéramos escuchar. Aquí vamos a hablar como hablamos en la calle, con ese sabor venezolano que nos caracteriza, y sin tapujos, porque la verdad es que este rollo es más enredado que un carajito con una churupeta.
La Nostalgia Socialdemócrata y los Jóvenes
Caraballo nos tira directo a la cara con la idea de esa "nostalgia socialdemócrata" que menciona Young (1999). Es esa esperanza de un mundo donde todos vivamos en paz, con orden y justicia, pero, ay pana, eso en los barrios parece más un sueño de madrugada que se desvanece con la luz del día. Los muchachos de estos barrios, esos mismos que se crían con el ruido de los tiros como si fueran cuna de arrullo, son los que terminan bajo el ojo vigilante de una sociedad que quiere moldearlos a la fuerza. Fréitez (2010) lo dice clarito: estos chamos pasan a ser sujetos de tutelaje, como si estuvieran en un colegio donde el castigo es la única forma de enseñanza. Y Reguillo (2004) lo define como meterlos en el sistema "pero sin meter bulla", ignorando completamente la riqueza y la fuerza que tienen sus propias maneras de ser, de participar, de existir.
Identidad Masculina y el Malandro
Aquí es donde se pone bueno, porque Caraballo se mete de lleno en cómo la identidad masculina en el barrio se construye alrededor de la figura del "malandro". Es como si ser hombre significara tener que cargar con esa reputación, esa fama de ser el que no se deja, el que manda, el que sabe moverse en la calle. Pero, hermano, la vaina es que para que estos chamos sean "aceptados" por la sociedad de afuera, les piden que se desnuden de todo lo que los hace ser quienes son, como si les pidieran que dejaran su corazón en la puerta. Cerbino (2011) lo explica como un borramiento que no solo es simbólico, sino que duele en carne propia, porque te estás desprendiendo de tu identidad, de tu forma de vida.
Entre lo Legal y lo Ilegal
La vida en el barrio es como un baile en la cuerda floja; un paso aquí y estás en lo legal, un paso allá y estás metido en lo ilegal. Es esa tensión de la que habla Piña Narváez et al (2012), como si vivieras en una casa con dos puertas, una para entrar en el mundo "normal" y otra para salir a la calle donde las reglas las pones tú. Los jóvenes reivindican su derecho a ser diferentes, a marcar su propio camino con su ropa, sus tatuajes, sus piercings, como diciendo "aquí estoy y no soy como tú, pana". Pero, al mismo tiempo, conocen la realidad: si quieren participar en otros ámbitos, tienen que vestirse con la ropa que el sistema les impone, como ir a una fiesta donde te miran raro si no traes el disfraz correcto.
La Violencia como Expresión
La violencia en estos contextos no es solo un problema social; es una forma de hablar, de hacerse oír, de decir "estoy aquí y no me ignoro". Caraballo nos invita a no solo mirar la violencia como algo negativo, sino como una expresión de una realidad que no se puede callar con discursos o leyes. Si no se les ofrece una manera de expresarse, de ser reconocidos, la violencia será su única voz, como un grito en medio de una tormenta que nadie quiere escuchar. Es ahí donde el trabajo de prevención, de inclusión, debería apuntar: a entender y canalizar esa energía, esa necesidad de ser alguien.
Comunidades Juveniles: La Respuesta desde Adentro
Pero no todo es oscuridad, porque ahí es donde entran los espacios como Tiuna El Fuerte o el Paranpanpan de Catia, donde los chamos cambian el arma por el micrófono, el puño por el pincel, y la calle por un escenario. Estos lugares son como un refugio donde la identidad del malandro se transforma, donde "lacreamos" no significa maldad, sino creatividad y orgullo por lo nuestro. Se trata de espacios donde la violencia se canaliza en algo positivo, demostrando que hay otra manera de hacerse respetar, de ser alguien importante. Pero ojo, estos espacios tienen sus propias luchas; la sostenibilidad económica es un reto, y la lucha por un reconocimiento sincero y no solo de boca afuera es una batalla constante.
Masculinidad y Género en el Barrio
Ahora, aunque estos espacios son pasos gigantes hacia adelante, Caraballo nos pone los pies en la tierra recordándonos que la masculinidad en el barrio sigue siendo un asunto de poder, de quién es más macho, de quién puede demostrar más valentía o fuerza. La violencia, aunque se intente contener en estas comunidades, sigue siendo un eco de una masculinidad que se resiste a soltar su dominio. Es un recordatorio de que cambiar la forma en que se construye la masculinidad no es tarea fácil; es un trabajo de hormiga que requiere de todos, desde el barrio hasta la academia.
Conclusión
Para cerrar este relato, Caraballo nos deja claro que la violencia en el barrio no es solo una consecuencia de la pobreza o la falta de oportunidades, sino una parte intrínseca de una identidad compleja, de una forma de ser hombre en un mundo que te empuja a los extremos. La solución no está en ignorar o en intentar borrar lo que estos jóvenes son, sino en reconocerlos, en apoyarlos, en trabajar con ellos desde el respeto y la comprensión. Porque en ese reconocimiento, en ese respeto, está la clave para cambiar no solo la historia de estos muchachos, sino la de todo un país. Así que, pana, la vaina es que tenemos que entender, escuchar y, sobre todo, respetar. Porque ahí, en ese respeto, está la posibilidad de construir algo mejor, juntos.
Y eso es todo, hermanos, una mirada cruda pero necesaria a nuestra realidad, contada con el corazón y la jerga que nos identifica, porque aquí, en Venezuela, las historias se cuentan así, con sabor, con verdad y con la esperanza de que mañana sea un día mejor.
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